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La Navidad ya está aquí y para la mayoría de las personas es motivo de reencuentros familiares, felicidad y diversión; pero, para aquellas familias que han sufrido la muerte de un ser querido, se trata de una época muy difícil, de nostalgia, sufrimiento e incomprensión.

La magia de la Navidad se encuentra en la vida familiar, en regresar a casa para estar con los nuestros, comer juntos platos tradicionales y hacer todo lo posible para que el resto disfrute de esos días, sobre todo los más pequeños. Pero, cuando hemos sufrido una pérdida y nos sentamos a la mesa rodeados de nuestros seres queridos, lo que capta nuestra atención es el vacío que dejan quienes ya no están con nosotros celebrando la Navidad. Es lo que se llama la silla vacía.

La pérdida de un ser querido conlleva un cambio en las rutinas, en las tradiciones, en el sentido de las fiestas y las reuniones familiares. La Navidad adquiere un significado distinto. Además, a la alegría colectiva y el ambiente de celebración, se unen la presión y la sensación de aislamiento, ya que muchas veces nos vemos en la obligación de estar “bien” para no amargarle las fiestas a los demás. Esto provoca que el duelo sea especialmente duro en estas fechas.

Estas Navidades, al igual que las del año pasado, debido a la situación provocada por la COVID-19, nos enfrentaremos a otro tipo de “sillas vacías”, pues muchas familias tendrán que seleccionar con quién sí y con quién no se reunirán para celebrar estas fiestas. Este es otro de los aspectos a los que nos hemos tenido que adaptar en el último año.

Para no ahogarse en esa marea de tradiciones, costumbres, recuerdos y emociones que estos días tenemos por delante, la Navidad también es tiempo para cuidarse emocionalmente.

Cuidarse implica comprenderse a uno mismo, permitirse sentir, escucharse, desahogarse… Debemos plantearnos qué necesitamos y que nos ayudaría en estos días tan señalados.

Cada familia reacciona de una forma diferente ante un fallecimiento cuando se acercan las celebraciones navideñas: hay algunas que deciden no celebrar las fiestas, otras que siguen las mismas costumbres y hacen como si no hubiese ocurrido nada, algunas se marchan de viaje para alejarse de su entorno… Todas las reacciones son válidas, pero no hay que olvidarse de una posibilidad que podemos plantear: construir una nueva Navidad. Tras una pérdida importante, nunca nada volverá a ser como antes, pero tenemos la oportunidad de construir algo diferente.

Es importante repasar los rituales habituales de cada familia: el árbol de Navidad, el belén, las comidas, los regalos… Cada miembro de la familia debe expresar cómo le hace sentir cada uno de esos rituales y pactar lo que se puede hacer, para que todos se encuentren cómodos en esos días. Una vez tomada la decisión, es importante explicar al resto de la familia y amigos cómo será la celebración de este año. Ellos lo respetarán y agradecerán saber cómo pueden ayudaros.

Se puede buscar una manera simbólica de recordar a la persona que ha fallecido creando un espacio del recuerdo, con fotografías, poemas, dibujos y todo lo que se quiera compartir. Ese espacio puede ser un lugar donde reunirse para hablar del fallecido, donde recordar anécdotas, vivencias y expresar cómo nos ha hecho sentir esa pérdida. Si alguien se desborda emocionalmente, bastará con darle la mano u ofrecerle un hombro afectuoso y no permitir ni que se aísle, ni que pare el llanto o la emoción que le embarga.

Hay que tener en cuenta a los niños, porque son una parte importante de las fiestas y de la vida de las familias. Ellos perciben el dolor en su entorno y para que lo lleven de la mejor manera posible podemos seguir una serie de pautas:

  • Hacer algún cambio en las tradiciones. Como hemos explicado antes,  se puede crear una nueva Navidad: cambiar el lugar de las celebraciones, la distribución de la mesa, el tipo de menú, etc.
  • No fingir el estado de ánimo. Los niños están en periodo de consolidar sus emociones y debemos validar la tristeza que nos provoca la pérdida en estas fechas. Hay que evitar frases como: “Es Navidad y tenemos que estar todos contentos”, “Vamos a disfrutar de las fiestas” …
  • Es bueno poner palabras a los pensamientos para facilitar su expresión emocional: “Van a ser las primeras Navidades sin el abuelo, le vamos a echar mucho de menos”.
  • No intentar aparentar que la persona fallecida está ahí, dejando su sitio tal y como estaba, poniendo un plato de más en la mesa o dejando el calcetín para regalos con su nombre. En lugar de eso, podemos aprovechar para cambiar la decoración y elegir cosas nuevas que nos representen.
  • Trataremos de no suspender las celebraciones ni tener una actitud negativa ante ellas. Hay que evitar comentarios del tipo “ya no hay nada que celebrar”. Estas verbalizaciones hacen que los niños se sientan muy mal por tener ilusión y ganas de celebrar.

Los niños son niños y viven esta época con mucha ilusión y fantasía.

Ante todo, es fundamental que cada uno siga su ritmo y se tome el tiempo necesario para afrontar, gestionar o adaptarse al cambio que ha supuesto la pérdida.

Nerea Benito

Psicóloga