Es muy común, en voluntarios que acompañan a personas enfermas o muy mayores, que tengan que acompañar a personas que se encuentran atravesando un duelo. En estos casos será de gran ayuda disponer de los conocimientos y habilidades necesarias para abordar este proceso.
La finalidad de este tipo de acompañamiento es que esa persona elabore adecuadamente duelo:
- Ayudar a la persona a que acepte la realidad de la pérdida.
- Ayudar a elaborar las emociones y el dolor que implica la pérdida.
- Ayudar al doliente a adaptarse al mundo ahora que el fallecido ya no está.
- Y, por último, ayudarle a recolocar psicoemocionalmente al fallecido.
¿Qué podemos hacer como voluntarios en cada etapa?
1. Asumir la realidad de la pérdida
La primera parte del duelo es aceptar la pérdida, tanto a nivel emocional como racional.
Los bloqueos de esta fase pueden manifestarse de distintas formas:
- Hablar del fallecido en presente.
- Mantener la habitación tal y como la dejó, como si el fallecido fuese a volver.
- Retirar todo lo de la habitación como si éste nunca hubiera existido.
- Tratar de comunicarse con el fallecido a través de médium, espiritismo, etc.
- Imaginar finales diferentes planteándose preguntas del tipo: “¿Qué hubiera pasado si…?”
Una forma de trabajar esta etapa es pedirle al doliente que nos cuente como murió su ser querido, para que recopile datos reales relacionados con la pérdida.
2. Elaborar las emociones relacionadas con el duelo
El segundo paso del duelo tiene que ver con elaborar las emociones y el dolor de la pérdida. Una de las certezas que tenemos sobre el duelo es que duele.
Las emociones que encontramos en el proceso de duelo son: dolor, sensación de vacío, enfado, culpa… Hay que recordar que todas las emociones son adaptativas.
Fomentar la expresión emocional es uno de los principios fundamentales tanto del acompañamiento, como de la terapia de duelo.
Algunos bloqueos de esta fase son:
- No permitirse sentir.
- Centrarse sólo en los recuerdos positivos del fallecido que llevan a idealizarlo.
- Evitar todo contacto con la emoción, los recuerdos o los pensamientos sobre la persona que ha fallecido.
La ayuda para elaborar este proceso comenzará con la observación del doliente. Después, resolveremos sus necesidades, ayudándole a identificar sus emociones.
3. Aprender a vivir en un mundo donde el fallecido ya no está presente
El tercer reto del duelo es adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente, con todos los cambios de rol que eso implica.
Los dolientes suelen tener muchos problemas para superar esta fase, ya que les exige redefinir todos los elementos en los que se apoyan para autodefinirse, además de asumir responsabilidades de las que se encargaba la persona ausente y para las que no suelen verse capacitados.
Esta fase puede bloquearse cuando:
- La persona no es capaz de desarrollar habilidades de afrontamiento.
- Cuando el doliente pierde ocasiones para incorporar nuevas habilidades, aislándose y volviéndose dependiente.
La forma de ayudar en estos casos puede orientarse hacia la identificación de los nuevos roles que el doliente debe asumir, planificando poco a poco las tareas que debe realizar y reforzando los pequeños avances de rol que vaya asumiendo.
4. Recolocar emocionalmente al fallecido y seguir viviendo
En cuarto lugar, es preciso recolocar emocionalmente al fallecido y seguir viviendo, sin olvidar al ser querido, pero aprendiendo a convivir con su recuerdo para poder disfrutar del presente.
Esta etapa tiene que ver con recuperar la ilusión de vivir. A veces queda sin resolver, por lo que el duelo se cronifica. Cualquier actitud personal del doliente que esté relacionada con la idea de no volver a disfrutar de la vida es un indicador de bloqueo.
Aquí la persona voluntaria puede realizar actividades con el doliente que le ayuden a ver la importancia que tuvo su familiar y el legado que le ha dejado para seguir viviendo: huella vital, cartas al fallecido, objetos de vinculación, etc.