Blogchica joven lamentando una perdida

Lamentablemente, a veces la muerte de un ser querido llega antes de lo esperado: al no haber existido un proceso de enfermedad y progresivo empeoramiento o envejecimiento del fallecido los procesos de duelo en estos casos presentan características particulares.

  • Agudización de la fase de negación. Es habitual que los dolientes presenten sensación de irrealidad ante la pérdida. Pensamientos del tipo “esto no ha ocurrido, en cualquier momento despertaré”, estarán más presentes que en las pérdidas esperadas.
  • Fuerte sensación de anestesia emocional. Una de las maneras en las que la negación puede presentarse es la incapacidad para sentir y llorar la pérdida. En las pérdidas inesperadas es más difícil asumir lo que ha ocurrido y si algo “no lo puedo creer no lo puedo sentir”. Esto no significa que el dolor sea menor, de hecho, puede ser uno de los factores que compliquen el duelo, pues, por una parte, las emociones negativas no se expresan y, por otra parte, esta sensación de anestesia emocional puede generar sentimientos de culpa en el doliente.
  • Posible presencia de “shock”. En ocasiones la pérdida puede ser especialmente traumática, como es el caso de la pérdida de un descendiente, y el doliente es incapaz de asumir que se ha producido puede ser necesaria la valoración y atención psicológica especializada.
  • Necesidad de una reestructuración familiar. Hasta ahora el fallecido había ocupado un lugar en la organización y roles familiares que abruptamente queda vacío (proveer bienes, cuidado del hogar y los hijos, etc.). Esto puede generar una fuerte sensación de indefensión además de situaciones complicadas a nivel económico o familiar. En este sentido es fundamental contar con una sólida red de apoyo y solicitar ayuda (a familia, amigos, instituciones etc.) cuando sea necesario.
  • Ruptura de rutinas. Los seres humanos disfrutamos de la rutina, nos genera sensación de seguridad y nos facilita el poder afrontar nuestro día a día. Cuando una persona cercana fallece de forma inesperada nuestra rutina (de la que el fallecido formaba parte) se ve alterada de un día para otro, generando una sensación de desconcierto que no ayuda a poder procesar y asumir la pérdida.
  • Otro de los aspectos que hay que considerar es que, en ocasiones, las muertes inesperadas se producen en contextos traumáticos: accidentes de tráfico, muertes violentas, catástrofes naturales, suicidio… de los que los dolientes de algún modo han sido espectadores o se han visto involucrados en la situación concreta. En estos casos es conveniente ponerse desde el primer momento en manos de profesionales de la salud mental, puesto que pueden solaparse procesos de estrés post-traumático con el proceso de duelo, comprometiendo el bienestar psicológico del doliente.
  • Sentimiento de culpa. Una de las cosas que más puede atormentar al doliente es que al ser una pérdida inesperada no ha habido la posibilidad de despedirse: la última conversación con el fallecido puede haber sido una discusión, puede ser que la relación no atravesara su mejor momento etc. esto puede generar un inmenso dolor, pues existe el firme deseo de “arreglar las cosas”, “despedirnos bien”, que es irrealizable. En este sentido cobran especial importancia los ritos de despedida, sean públicos (como el entierro) o privados (escribir una carta de despedida, por ejemplo) para poder cicatrizar esa herida.

Todas estas particularidades en el duelo inesperado hacen que sea especialmente importante estar atentos a cómo se está desarrollando el proceso de duelo (en nosotros mismos o en nuestros seres queridos) para evitar que éste pueda llegar a complicarse y acabar resultado un duelo patológico.

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